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Ancla 1

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Volver al Evangelio

Plantearse la participación plena de las personas con discapacidad en la vida de la Iglesia es reconocer no haber sido fieles al Evangelio de Jesús. En él vemos cómo Jesús hablaba a una gran cantidad de personas que lo seguían, entre las que había algunas con discapacidad. A todas ellas les anunciaba su Palabra en la medida en que podían comprender (Mc.4,33); y así recibían el anuncio: todos los hombres son hijos de Dios, sean como el Padre celestial es perfecto, amen a Dios con todo el corazón, con todas sus fuerzas y al prójimo como Yo los he amado, perdonen y sean misericordiosos.

La Iglesia debe llevar a todos los hombres la Palabra que a su vez ha recibido, ella misma dice que la persona con discapacidad “es un sujeto con todo sus derechos” y que “se le debe facilitar la participación en la vida de las sociedad en todas las dimensiones y niveles”.

Son muchos los pasos que se han dado en estos años en este tema, pero aún hay que seguir creciendo. Especialmente en el cambio de mentalidad hacia la persona con discapacidad. Ella no es un ser que solamente debe ser ayudado, sino que es un igual, que piensa, ama, desea, busca, se pregunta sobre lo que siente y ensaya respuestas, se alegra, reza y quiere hacer su aporte a este mundo.

Ella es capaz de fe, de crecimiento espiritual y de aportar al desarrollo de la comunidad, y esto no siempre se acepta. Se confía más en la capacidad intelectual de las personas que en la obra que el Espíritu de Dios hace en ellas y en el mundo. Así olvidamos que Jesús hablaba a cada uno según podía comprender, no necesitaba de la inteligencia superpoderosa del hombre para comunicarse con él ya que Él conoce lo que hay en su corazón antes de que lo diga.

Toda persona, por más disminuida que se encuentre para comprender y comunicarse, es siempre imagen de Dios y, por lo tanto, debe ser respetada como persona más allá de lo que haga. Pobres aquellos hombres de fe que no valoran y no se arrodillan ante el hombre, que no ven en lo profundo de su corazón y reconocen allí al Dios presente y lo aman, y solamente se quedan mirando las obras “grandes” de los hombres “grandes”.

Él nos ha creado, y para querernos no nos necesita sabios, inteligentes, poderosos, ricos, sino que nos ama por ser sus hijos, su obra. Todos esos dones son para enriquecer a los demás, pero no para encontrar un motivo en nosotros que justifique su amor, ya que éste es regalo.

Estoy convencido que las personas con discapacidad deben participar como miembros activos de la familia de Dios, gozando de la misma dignidad que nos viene por tener un mismo Padre. Cuando esto no se da, las personas viven una situación de exclusión o marginación que llama a la Iglesia a replantearse su forma de vida y a realizar una acción concreta, a ejemplo de Jesús, que convocó a su alrededor a todos aquellos que eran marginados, superando las barreras existentes para con ellos.

Las Líneas Pastorales para la Nueva Evangelización dicen que en la Argentina la Iglesia tiene que enfrentar el desafío de la atención espiritual de los pobres, débiles y enfermos, y que “no se pude vivir la caridad y nadie puede sentirse verdaderamente cristiano si mantiene actitudes que contribuyen a la marginación u obstaculizan la participación de todos los hombres en la vida y en los bienes de la comunidad”.

Abramos las puertas de nuestras vidas a cada persona, en especial a quienes experimentan la exclusión, abramos las puertas de nuestras comunidades a toda persona, porque la Iglesia es para cada persona y no pertenece a nadie de manera exclusiva.

(P. Pablo Molero, escrito publicado en el Diario La Nación)

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